El biometano, gas renovable que se obtiene de la transformación de desechos biológicos, lodos de aguas residuales o residuos orgánicos, quiere ser una de las energías alternativas a los combustibles fósiles en el reto de la descarbonización. Sus credenciales son una tecnología madura, económicamente asumible y la seguridad de suministro. “España consume 380 teravatios-hora año de gas (otros 220 son de electricidad) y producimos, tras 40 años de cuantiosas inversiones, 100 teravatios-hora año de electricidad, menos de la mitad de la consumida”, explicaba Raúl Suárez, CEO de Nedgia, en su ponencia “Los gases renovables buscan su sitio en la transición energética: ¿por qué estamos en el gran momento del biometano?”, dentro de una jornada organizada por el diario Expansión.
Lo hacía para mostrar la dificultad de descarbonizar la economía y en defensa del gas renovable al permitir “ahorrar 76.000 millones al ciudadano –en inversiones comparado con la electrificación– y ser más factible en diez años”. “El biometano es una tecnología probada y desarrollada a escala industrial a costes que están a nivel de mercado”, añadía. Pero el desarrollo del biometano en España, con 12 plantas y un potencial de producción de 160 teravatios-hora año, no va a la velocidad europea, que en 2023 abrió 200 plantas y alcanzó las 1.510, advertía. La previsión es invertir “27.000 millones en 2030 en la UE, con una producción de 101 millones de metros cúbicos que cubriría el 80% del consumo de gas en 2040”, avanzaba. “Nos estamos quedando atrás y con solo el 25% de nuestro potencial podríamos descarbonizar el consumo residencial de España, sin que ningún ciudadano tenga que gastar ni un euro, generando oportunidades y empleo en el medio rural y resolviendo el problema de los residuos”, concluía.
